Adolescencia reprogramada

Como un adolescente voy detrás de ti, siguiendo tu rastro, contemplando el tiempo en cada uno de tus movimientos  Como un adolescente sonrío ante tus mensajes y rastreo todas tus palabras por si en ellas encuentro algún motivo de esperanza. 

Como un quinceañero vuelvo a sentirme, más aun que cuando realmente lo fui porque en mis quince años no estabas tú, y fueron quince años perdidos, como lo han sido todos los posteriores hasta conocerte, como será el el resto de mi vida si no llegas a quererme.

Ya ves todas las tonterías que digo… como un adolescente me tienes.

– Sucederá –

Algún día sucederá. Sin que te des cuenta, sin pretenderlo, en un instante ajeno, en el momento menos esperado, sucederá.

Después de haberlo intentado tantas veces, de buscarlo sin dilación, después de querer que ocurriera, aparece así, de repente.

Pasará. Pasará. Pero no pasa, ese momento no llega, ni queriendo ni sin querer, ni buscándolo ni dejándote llevar. Y a veces siento que no llegará. Seguro que no sucede.

Egoístamente tú

Egoístamente pienso que tu mundo soy yo, casi siempre yo. Pero no es así. Quizás piense que tu caso es mi caso. Porque, aunque aún no lo sepas, mi mundo eres tú, exclusivamente tú. 

– Tus canciones –

Me detengo en cada una de las canciones que me recomiendas buscando en ellas alguna declaración, alguna intención más allá de la musical, adivinando tus gestos al escucharla, tus pensamientos en cada letra.

Escucho cada una de tus recomendaciones musicales como si hubiera un mensaje en ellas, como si las palabras que se gritan son las que tú gritas, quizás pensando en mí, quizás.

– Si la elegancia fuese una vía –

Si supieras que toco fondo cada vez que te veo y me ignoras, cada vez que te hablo y no piensas en mí. Si supieras que las estupideces que te cuento las pienso por las noches para dar aliento a nuestra conversación.

Si supieras que cualquiera me recuerda a ti en los más mínimos detalles o que en cualquier objeto sin ápice de vitalidad creo encontrar tu frialdad desmedida.

Si supieras que escribo tu nombre en clave delante de ti por si te das cuenta. Luego lo tacho, a modo de redención o brujería. Si supieras todo esto, quizás empezaras a quererme, o quizás me odiarías más. Mejor no saberlo.

– Pensar en ti –

Imaginarte es lo peor que puedo hacer, pero es lo que me queda. Como si la vida fuera un sueño, a ti pertenezco desde que anochece hasta que intento amanecer sin que los pensamientos me atormenten.

Y no lo consigo. Durante el día me acompaña tu imagen como un lastre que impide que pueda dejar de hacer el ridículo constantemente.

Porque camino y pienso en ti. Escribo y pienso en ti. Pienso y pienso en ti. En nada se diferencia cada segundo que vivo del segundo anterior.

– El plan –

De la rutina insípida de su oficina surgió el plan para conquistarla. Analizó detenidamente su horario de entrada y de salida, y también sus descansos. La siguió y supo dónde vivía y el recorrido habitual hacia la trabajo.

Indagó en sus aficiones: Idolatraba al Woody Allen de sus primeras comedias, escuchaba a los Stones como si fuera la última moda, leía a Cortázar casi en cualquier momento.

Cuando llegó el momento de la acción, sucedió lo inevitable. De la rutina insípida de su oficina le despidieron sin previo aviso, por falta de atención en el trabajo.

– Ahora necesito un cambio –

Lo que sea, que me odies, que me quieras, pero un cambio. No podemos seguir en esta indefinición eterna. Ni te adoro, ni te detesto. Ni eso, ni todo lo contrario.

No te ruborizas si te miro detenidamente, no se altera mi pulso cuando te desnudas. No te ríes con mi nuevo repertorio de imitaciones, no te espero en la salida del trabajo.

Ya no nos abrazamos y eso no nos preocupa. Parece que la vejez llegó a nosotros tan de repente. Te soporto y me soportas, y eso parece bastar.

– Acechas de una forma siniestra –

Acechas de una forma siniestra, con colmillos ensangrentados, con uñas afiladas, con la mirada perdida en el desorientado otoño. Y me dices que me amas y me dejo querer. Y siento tus colmillos y tus uñas en el desorientado otoño.

Acechas de una forma siniestra, y te digo que te amo, pero no te dejas querer. Dices que ahora toca separarnos y expandir nuestra enfermedad. Así me encuentro. Colmillos sedientos, uñas deseosas de arañar buscando presa complaciente.

– Deseos –

Te veo caer al suelo, como la nota que dejé arrugada en tu pecho. Todo lo que escribo se cumple, inmediatamente se vuelve realidad, vidente de un futuro por mí deseado. Deseé tus ojos y se acercaron a los míos. Deseé tus labios y a los míos se sellaron. Deseé tus piernas y las recorrí por completo.

Una tarde de tormenta, de tu torpe descubrimiento, de tu repentino cambio de actitud sabiendo lo artificial de nuestro amor, deseé tu muerte, inconsciente de mi poder.Y ahora por más que deseo y sueño tu vuelta, es imposible verte resurgir. Así que tomo notas, deseo volverte a ver, deseo, deseo, deseo, no me trevo a decirlo, deseo morir, deseo reencontrarte aunque sea así, desvanecida en éter, en huesos. Sí, deseo morir, y ya lo noto, ya se acerca, ya.

– Que me recuerdes –

Que me recuerdes no sé si es bueno. Que me tengas aprecio creo que no es bueno. Sigue ahí latente la virtud y el defecto.  Queda latente como parte del pasado. Y yo quiero ser parte de ti o no ser nada.

Que me recuerdes me desagrada. Que me tengas aprecio me hace vulnerable. ¿Cómo decir no a cualquier petición que haces? ¿Cómo no seguir queriéndote ante cada palabra tuya?

– Buenas referencias –

Te busco, te busco incesantemente, desde el primer segundo en el que tuve conciencia, desde el momento en el que vi con claridad la angustia del paso de los días.

Te busco sobre todas las cosas. Eres tú, no lo dudes, eres tú cuando lees a Murakami sin parar, eres tú si escuchas a Jorge Drexler las mañanas de lluvia. Eres tú, que admiras las viejas comedias de Woody Allen, que no puedes parar de ver The Wire.

Te busco, te busco porque mi vida va en ello, porque aún creo que puedo salvarme. Te busco. Te necesito. Buenas referencias.

– Mi vida en el cine –

Vi pasar mi vida y resultó ser una comedia. Jason Biggs me interpretaba y no se llevó a la chica. Natalie Portman la coprotagonizaba y me ignoraba profundamente.

Sucedió en un Nueva York denso, en el distrito de Manhattan, en pleno invierno, con la nieve a nuestros pies, con la duda eterna que acecha.

Sonaba Kings of Convenience para acentuar la despedida. No hubo ni tiempo para la esperanza, el guionista apostó por un final cruel, descarnado, como la vida, como el cine.

– Ganar en la derrota –

Se puede ganar en la derrota. He aprendido hacerlo. No esperar nada de nadie, no tener grandes metas, simplemente disfrutar del silencio, del final que se acerca.

Se puede ser positivo en la caída. Apreciar el duro golpe, reponerte sin más, sin esperar volver a alzarte. Me vale con gatear, me vale con arrastrarme por el suelo y acercarme a tus pies. Con eso me vale.

– Otra noche por delante –

Otra vez la noche por delante. Otra vez dormir como redención. ¿Para qué? Para luego no encontrar nada en la mañana. No hay nada cuando amanece. ¿Cómo pretender que aprecie la noche? ¿Cómo desear que llegue la mañana? Por mucha luz que haya, por pocas que sean las nubes, por mucho que las olas vayan a llegar nítidas a mis pies. Para qué desear que amanezca si no saldré de entre las sábanas.

– La oscuridad que acecha –

Soy la sombra que te persigue, la oscuridad que acecha. Soy el callejón sin salida al que te enfrentas en la escapada. Soy mil veces el ladrón que merodea, el descampado y su chatarra. Soy cada piedra en el camino, cada instante perdido, cada llanto en la noche.

Soy todo eso como represalia o consecuencia. Soy yo tu sombra y tu oscuridad, tu deshonor y despecho. Soy todos los rumores que circulan sobre ti. Sobre ti y la nada, sobre ti y nuestro adiós.

– No saben lo que yo sé –

No paras de reír y reír. Sigues haciéndolo mientras te hablo con sinceridad de amor y de todas esas cosas que se dicen en los libros que tanto lees. Creí que te gustaría.

Creí que te convencería. Pero sólo te ríes y no paras de hacerlo. Como si de un chiste se tratara, aplaudes acompañando las palmas y las risas. Mueves la cabeza hacia delante sin pudor alguno.

Todos nos miran, pero no dejas de reír. Todos nos miran y parecen envidiarte por tu sentido del humor. Y parecen envidiarme por hacerte tan feliz. Pero no saben lo que yo sé.

– Tu mano en el gatillo –

Dispárame ahora. Por qué esperar. Hazlo ahora. No quiero una última voluntad, no quiero una confesión porque mi voluntad y mi confesión me han llevado hasta aquí.

Así que dispara ahora, aprieta el gatillo de una vez. Que sea rápido, que sea certero, que muera en un momento, que no me vea sufriendo y desangrado, porque entonces no respondo de mí, entonces puede que lo vuelva a hacer, y confesaré todo lo que me ha llevado hasta aquí, hasta tu mirada atenta, hasta tu rostro hipnotizado.

Tu mano en el gatillo. Un milímetro más y lo habrás conseguido.

– El futuro eres tú –

Siempre estoy empezando. Mi vida es un continuo comienzo. Un nuevo proyecto tras otro. Una nueva oportunidad, un nuevo año con la falsa expectativa del triunfo.

Pero en nada queda el triunfo. Se diluye en la furia, en el ruido de los días, en la espera de un futuro que se aproxima y no llega finalmente.

– Concurso –

Si me quieres, ¿por qué no lo dices? ¿Por qué dejas pistas? Como si fuera un concurso, como si el amor fuese un juego: ahora sí, ahora no; frío o caliente; punto a favor o punto en contra; ahora estoy más cerca de ti, ahora más lejos.

Te divierte, te divierte verme sufrir, verme correr detrás de ti cuando te marchas apresuradamente. Te gusta pasearte por casa con algún nuevo amigo. Te gusta tenerme desdichado, a tu merced, a tu entera voluntad, y ya no soy persona, soy una parte anexa a ti, infinitamente dependiente.